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Perros que duermen, novelón de Juan Madrid

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Para entender esta novela hay que saber que Juan Madrid se licenció en Historia Contemporánea por la Universidad de Salamanca en 1972, y se inició en el periodismo en 1973. Es una obra muy seria, importante, donde el autor conjuga sabiamente el relato histórico, la narración de la guerra y de aquellos tiempos pasados, con la actualidad, para crear un ambiente de misterio que se terminará resolviendo en las últimas páginas.

Hay cuatro planos temporales en Perros que duermen. Primero, Burgos, 1936, 1937: Dimas Prado, falangista apartado del frente por una herida, recibe el encargo de eliminar los restos de un asesinato sórdido que afecta a un jerarca del bando rebelde; en medio de las pesquisas, empieza a citarse con una viuda llamada Ana que, claro, no es lo que parece. Plano dos: Madrid 1945. Los falangistas descubren que Franco va a prescindir de ellos y Prado trata de reconstruir el crimen de 1936 para, con él, devolverle la traición a los franquistas. Tercero: Penal del Puerto de Santa María, 1945: el verdadero novio de Ana purga y recuerda sus años como teniente coronel del Ejército Republicano, por eso en la novela no faltan escenas de guerra. Y por último: Madrid, 2011. Los supervivientes de Prado, su hermanastro, y de Ana que en realidad se llama Carmen, su hijo, Juan Delforo, se reúnen para intentar encajar las piezas del puzzle de su vida.

Escuchemos su voz:

“Escribir y follar son actos que relajan la vida y alejan la muerte”. Lo asegura Juan Delforo (sí, de aquí, del foro, de Madrid), uno de los personajes de Juan Madrid (Málaga, 1947) y un trasunto del propio escritor.

«Yo era un escritor rapidísimo. Llegué a terminar una novela en cuatro semanas. Ésta, en cambio, me ha llevado tres, cuatro años. Hice seis versiones de la novela y dudé muchísimo», cuenta Juan. «Y cuando ya lo tenía todo claro, tuve un derrame cerebral. Estoy bien. Me queda algún agujero en la memoria y no llevo bastón por chulería. Pero estoy bien».

«Este libro es un homenaje a mis padres», cuenta también Juan. A ellos y a esa «dignidad republicana» de la que fueron porteadores.

«Tenía un compañero de pensión que me enseñó a bailar y a boxear. El boxeo: amaga y golpea, amaga y golpea… Yo lo asocio mucho a la literatura».

No sólo por la trama de intriga que se resuelve, sobre todo, en las páginas finales, con informes oficiales, con algún trozo de diario y con alguna carta, es por lo que se puede considerar una novela negra. Sino, también, por el ambiente que describe el autor de aquel tiempo miserable y sombrío. tiempo que comienza antes de la guerra y, seguramente, se extiende hasta nuestros días; pero que sobre todo logra su punto álgido en la llamada posguerra, cuando la maquinaria bestial del franquismo impone su orden criminal, su miseria intelectual y hasta la negación de la naturaleza humana. Tiempo de traiciones continuas, de mezquindades, de calle oscura, de gentes en venta, de odio.

Perros que duermen, (publicada por Alianza Editorial), retrata esos tiempos, y lo hace con la maestría habitual de quien ya domina impecablemente el relato de las historias, aprovechándose de la Historia que tan bien conoce, por estudios y por conversaciones con los verdaderos protagonistas sobrevivientes.

Gracias, Juan, esperamos la siguiente.

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