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Ya no quedan junglas adonde regresar, de Carlos Augusto Casas

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Es su primera novela, antes sólo había dado a la luz algunos relatos negros en antologías del género. La ha publicado al ganar el premio Wilkie Collins de Novela Negra, en la editorial M.A.R. Carlos Augusto dirige la colección Estrella Negra de la editorial Cuadernos del Laberinto. Julián Ibáñez, que le dedica el prólogo, le califica de voyeur peripatético y nos advierte que llegaremos babeando al final de la historia, sin hacer caso de comer, cenar y arropar a la parienta, o pariente. Una gran novela «Ya no quedan junglas adonde regresar», nada primeriza.

Carlos Augusto Casas es periodista, periodista de calle, periodista de investigación. Y le ha llamado especialmente la atención ese mundo turbio, el de la calle Montera, de putas, chulos y turistas, en pleno corazón de Madrid. Como en una gran parte de la literatura negra o policial de nuestro país, Carlos Augusto se ha metido de lleno en el submundo, y lo ha retratado siguiendo a un anciano vengador.

Muchos viejos anhelan a las putas, pero solo para hablar, porque el cuerpo no les suele dar para mucho más. Es una manera, que no pierde en dignidad, de aplazar o suavizar la soledad que los amarga. Y eso hace el Gentleman, que todas las semanas espera ansioso la llegada de los jueves para estar una hora charlando con Olga, que hace allí la calle. También ella lo agradece, también ella lo espera, también ella recupera la humanidad cuando alguien la trata decentemente, cuando se siente cuidada, querida.

Un día cuatro abogados borrachos y violentos asesinan brutalmente a Olga y el viejo se rebela contra quienes le han arrebatado lo único por lo que merecía la pena seguir vivo, y decide convertirse en asesino, algo a lo que le pilla el gusto, sobre todo porque es la manera de cumplir su venganza.

Sí, hay otros personajes, y bares, pero el eje de la narración, esté él presente o sea el afán de otros, es el viejo al que todos conocen como el Gentleman, que ha decidido por amor saltarse la línea de la ley. Como dice Julián Ibáñez, se agradece un sicario guaperas encargado de hacer la colada familiar.

Es una novela vibrante. Una novela que, luego, como pasa cuando alguna lectura te ha gustado especialmente, la recuerdas con agrado, reconociéndote en el repaso a determinados momentos, de ciertos diálogos, y ya mantendrás en la memoria a ese viejo tan especial que lo único con lo que era feliz, a su edad, era con esa hora semanal que pagaba a una mujer que le escuchaba. Porque se ha hecho tu amigo.

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