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«1280 almas», el gran Thompson

Hay quien le sitúa como el tercer gran escritor de serie negra, tras Hammett y Chandler. Yo al que prefiero es a Chester Himes, pero bueno, son cuestiones muy íntimas, lo cierto es que Jim Thompson es uno de los más grandes, y «1280 almas», uno de sus mejores obras, aunque yo prefiera «El asesino dentro de mí», de temática, ambiente y personajes parecidos.

Se trata de Nick Corey, el sheriff de una localidad pequeña, como indica el número de vecinos: Potts Country. Y la trama discurre cuando se avecinan nuevas elecciones y él tiene que pelear por su reelección. En esta relectura he descubierto que sigue siendo una novela actual, no sólo por la temática, sino por su manera de contarse; no es de esas obras que, con el paso del tiempo, se te caen de las manos, pierden el vigor que tuvieron en aquellas primeras lecturas.

Y he recordado el humor. Es una novela salvaje, con un personaje miserable y homicida, turbulento, maniobrero, inductor de aquello que necesita y que no se atreve a resolver él («Que yo ponga la tentación delante d ela gente no quiere decir que se tenga que pecar»). Esa es la grandeza de la novela: la construcción de su personaje… detestable. O admirado por cómo consigue resolver las situaciones. Y el humor es una clave, o tal vez la clave.

La historia está contada en primera persona, desde la perspectiva del propio sheriff. Y comienza describiéndose, con el absoluto cinismo que luego seguirá usando hasta el final. Nos cuenta que está sumamente preocupado, y que siendo una persona sensible la preocupación le está llevando a la enfermedad. Y nos cuenta un par de anécdotas que le sirven para demostrar el alto grado de preocupación que debe de tener:

No comía: «Me sentaba a la mesa para comer quizá media docena de chuletas de cerdo, unos cuantos huevos fritos y un plato de bollos calientes con menudillos y salsa, y el caso es que no podía comérmelo todo…» ni siquiera era capaz de rebañarlo.

No dormía: «Pasaban veinte o treinta minutos antes de poder dar una cabezada. Y luego, apenas después de ocho o nueve horas, me despertaba». Y no se podía volver a dormir.

Francamente indicios de una grave enfermedad.

Pero la propia esencia de su vida está impregnada del mismo cinismo: «-… En primer lugar, no soy realmente valiente ni trabajador ni honrado. En segundo lugar, los electores no quieren que lo sea. -¿Y cómo se te ha ocurrido pensar eso? -Me eligen, ¿no? Y siguen eligiéndome?»

Creo que en este país hay muchos políticos se han conducido siguiendo esa norma de conducta, que Jim Thompson aprendiera de su propio padre: un sheriff corrupto. Más adelante se reafirma: «-Bueno, en eso consiste mi deber -contesté-. en no hacer nada, quiero decir. Por eso me votan los electores».

Si, le situemos donde le situemos en el ranking de mejores escritores de escritores de serie negra, o policíaca, o criminal, lo cierto es que es un magnífico novelista (y guionista, de él son, por ejemplo, el guion de «Atraco perfecto», de Stanley Kubrick, con quien colaboró también en «Senderos de gloria»), creador de un mundo propio, nihilista, violento, cínico que describe, mejor que cualquier otro, las bajezas de este mundo, y que son al final las que parecen triunfar, así que deberíamos conocer al dedillo sus procedimientos.

Grande, este Thompson.

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