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Ken Follet: el discurso de los vencedores

Alguien, con toda la razón, me puede increpar diciendo: “¿Pero por qué lees esas cosas?”. Para a renglón seguido concretar que “¿Cómo se te ocurre leer a Ken Follet?, ¿tú no te dedicas a la buena literatura?” Tengo el atenuante de que, con el tiempo, cada vez me gusta más la literatura directa, la que me cuenta o dice cosas sin ejercicios crípticos. Me parece que el tiempo de las búsquedas estuvo bien, de ahí hemos aprendido un montón de posibilidades, pero aunque no haya que cerrar el riesgo, prefiero disfrutar leyendo y no tener la lectura como un trabajo de investigación. Bueno, es lo que me pasa.

Por eso también he leído a Ken Follet. Es más, no sólo he leído libros anteriores, sino que me he tragado entera su trilogía The Century. Las dos partes anteriores me gustaron bastante más que El umbral de la eternidad. Aunque ya me olía algo.

Lo peor ha desembarcado aquí, cuando los protagonistas, nietos de las familias que son el eje de la multitud infinita de páginas llenas de palabras, viven desde los años sesenta a los noventa. O, dicho de otra manera, el relato abarca desde la construcción del Muro de Berlín, que separaba dos mundos, hasta su desplome, que representó el hundimiento de lo que se ha definido como socialismo real.

Hay partes llenas de emoción, que es lo que uno busca cuando lee: la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos, por ejemplo, y sobre todo la situación de los alemanes de la Alemania Oriental confrontados a la nueva realidad de un muro que divide a sus familias, que aleja sus negocios, que les limita sus ambiciones, que les encierra en su miseria. Otras partes son curiosas, como los jóvenes en la Inglaterra de la época. También me ha gustado la descripción que va haciendo del papel que juega la música en las sociedades anglosajonas.

Pero también hay mucho aburrimiento, especialmente en las trescientas o cuatrocientas últimas páginas. Ya es que te cansa. Y sobre todo te cansa, y a veces te rebela, la perspectiva que ha elegido para contar la historia contemporánea, una perspectiva que busca con la descarada intención de hacerla vendible. Sus personajes son, en su mayoría, gentes enfrentadas o no con el poder, pero formando parte de él.

Me ha parecido inaudito que no incorpore ni la menor referencia al momento revolucionario de mayo del 68 parisino, ni siquiera su paralelismo en Berckeley y en otros lugares. En cambio sí sabemos mucho de los Kennedy, del que fuera presidente y del hermano que estuvo a punto de serlo, de sus muertes. Así como de las bajezas de los dirigentes soviéticos, de los estados totalitarios de la égida comunista (comunista porque así se llamaron sin tener nada que ver con la ideología revolucionaria que los alimentó).

No me gusta el punto de vista de Ken Follet, lo que me preocupa, porque vende muchísimo, es que la gente se lo traga y tal vez no se percata de su determinada manera de contarnos la historia, aunque parezca que nos está contando todo y con cierto equilibrio, es muy particular y responde a la que contarían los vencedores de cada uno de los países que recorre.

Pero sí, entretiene, ya digo, menos unos pocos cientos de páginas de puro relleno, repito. Tampoco le voy a dedicar ni un minuto más. Está ahí para el que quiera, ya está, no quiero buscarle una mayor trascendencia. Sólo que la literatura de los vencidos siempre cuesta más encontrarla. Y, por mucho que muchos no quieran, vencedores y vencidos conforman nuestra sociedad, parece que cada uno en su estatus.

1 comentario en «Ken Follet: el discurso de los vencedores»

  1. Ayjesús…
    Yo de este pollo pera leí las diez primeras líneas de no recuerdo qué libro hace porrón de años, quiero decir, que lo hojeé en uno de esos stand tremendos de grandes almacenes.
    Nunca más.
    Cordial saludo.

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